enero 11, 2008

Alumbrar


Me habla del parto iluminado, los dolores, el desgarro, el corte decisivo, la sangre de primeriza.
El detalle del recuerdo me exaspera, quizás por estar enteramente vinculada, quizás por ser la única causa de sus recuerdos certeros, quizás por ser lo único que no puede olvidar.
Se refiere a sí misma en tercera persona, convirtiéndose en una narradora deslumbrante, rizomática, sin referencia, totalmente irreverente ante la lógica.
Logró convertir los espacios en instantes alternos, y el tiempo sin tiempo es ahora su morada.

agosto 02, 2007

Insomnia


La página en blanco se abre y es una invitación. La luz tenue a mis espaldas, la hora transgresora, y el silencio de una respiración a lo lejos. La complicidad.

Los colores que son otros en la hora blanquecina de una noche invernal tan vacía, y estas notas atoradas de adjetivos, resabios de un insomnio que no quiere despertar.

Pensamientos melancólicos se atosigan al pasar, como nubes que pasan, y siempre, siempre, se quieren quedar

marzo 28, 2007

Las siestas a su lado

Son blancas, delicadas, con la luz del sol sobre los cuerpos en lìquida desnudez.
Los dibujos de la sombra proyectàndose en un rostro tranquilo y sin recuerdos, y la mano que yace lànguida debajo de la almohada.
Es un texto que escribo al despertar, antes de morir en sus instantes.

octubre 25, 2006

Càrcel.

La boca oprimida la delata, ya no sabe còmo contenerlo.
Se le escapa, se le sale por los poros, esto que tanto la condena.
Cuelga de un pèndulo, que sòlo sabe esperar.
Una verdad y mil mentiras, o mil verdades, y la mentira, tàn solo una, y suficiente, que espìa a quien quiera espiar.
Hùmeda la recorro, vacìa, ya no sè què hacer, que màs hacer. Ya no espero, ya no quiero, ya no duele, este vacìo. Està tan vacìo, que ya no lacera, ni deja marcas.

octubre 13, 2006

Abismos a medida.

Desorbitada vomita maldiciones, cree conocer lo que nadie aùn conoce de mì, y me juzga tan terriblemente, que me quedo sin voz y sin miradas.
Se encierra en un cuarto blanco demasiado cuadrado, demasiado cuarto, demasiado blanco, demasiado. Sin puertas, sin ventanas, sin aires, ansiando una libertad que ya cree poseer. Se envuelve en poemas y prosas intrincadas, sòlo para ella, sòlo de ella.
Y ya no quiero nada, ya no quiero comprender, ya no puedo comprender. La leo y se destruye, la miro y se sofoca, la palpo y se transmuta. Ese cristal que nos separa, es tan oscuro… nos creamos un abismo a medida, desde distintos extremos, y nos calzan perfecto.

mayo 31, 2006

Un nudo en el estómago.

Tengo algo acá… me dice Ali. Daba vueltas, iba, venía, se volvía a ir, la escalera quedó con un surco incontenible, desbordante. Ya sé lo que era… me dice. Tristeza. Y se va, a mitigarla, a buscarle cauce, o a qué se yo qué. Después llama, y su cúmulo cobra otro sentido, regresión, el paso del tiempo, la salud, desaparecidos, un choque, alguien que no se preocupa ni de sí mismo, y mucho menos de los demás, una historia, muchas historias, demasiadas en un solo día.
Y me acordé de la reunión con Norma y de la última frase que leí de Susan Sontag: a veces nos instalamos en el terror no para sentir más dolor, sino para dejar de sentirlo definitivamente. Algo así era, o era ese “algo así” lo que a mí me hacía falta. Esa respuesta a mis últimas elecciones de escritura.

abril 18, 2006

Los Utensilios.

Ofelia vuelve a su oscuridad al terminar su trabajo. Toma el colectivo en la esquina de siempre, con la noche por detrás y por delante, y luego de 20 minutos y unas hojas con Marguerite, baja en la puerta de su casa, amabilidad del chofer que nunca es apreciada por ella. Inserta la llave en la cerradura, tira hacia delante y luego hacia atrás, e ingresa en su refugio. Esta rutina no la abandona nunca, aunque a veces lo ha intentado, pero se siente tan en casa… tan a gusto. Se prepara la sopa, la de invierno, de zapallo, siempre. A las nueve, al llegar, siempre. La misma taza, la enjuaga, la seca con el repasador que no deja pelusas, abre el cajón, saca la cuchara labrada, la mira, la limpia, la apoya al lado de la taza. Espera que hierva el agua, calienta la taza con el agua primero, luego la tira, y pone el sobre con la sopa. Agrega agua y revuelve con paciencia, como si el universo estuviera ahí, girando. Siente el aroma dulzón del zapallo, sonríe inexplicablemente y toma el primer sorbo, lo saborea, lo palpa con su lengua, lo goza en su garganta, y lo siente caer en su estómago. Se relame, limpia sus labios con la lengua, se sienta en el piso, en los almohadones, y se acurruca con la taza entre sus manos.
Fragmento de Ausencia de té.